“Atrapada en su propio hogar”: Una mujer de 200 kilos clama por ayuda médica desde un sexto piso

En el corazón de Talavera de la Reina, una mujer de 54 años lleva años prisionera en su propia casa. Pilar de la Rosa Iglesias, afectada por obesidad mórbida y una hernia abdominal gigante, sobrevive en un salón convertido en dormitorio, sin poder desplazarse ni recibir la atención médica adecuada. Su historia, marcada por la pobreza y el abandono institucional, es el reflejo de una problemática social ignorada.

A pesar de los intentos por recibir atención médica, Pilar se ha visto atrapada en un laberinto burocrático. Su estado de salud requiere una cirugía bariátrica, pero los requisitos para ser operada implican perder peso mediante una dieta y un control constante que, debido a su situación, le resulta imposible seguir. En varias ocasiones se la ha citado para evaluaciones médicas, pero la falta de movilidad ha impedido su asistencia, lo que ha llevado al sistema de salud a cerrar su caso.

Florencia, su hermana, viejó desde Madrid para asistirla, pero la situación es desesperante. La pobreza extrema en la que vive Pilar y la inacción de los servicios sociales han agravado su deterioro. Su petición de ayuda al Ayuntamiento no ha recibido respuesta efectiva. Mientras tanto, la concejala de Asuntos Sociales, Josefina Blázquez, de Vox, argumenta que se trata de un problema de salud y no de su competencia directa.

Endocrinólogos y especialistas en obesidad advierten que casos como el de Pilar no son aislados y que el sistema de salud y asistencia social debe actuar de manera integral. "La pobreza es un obstáculo insalvable para personas con obesidad. A veces, el código postal pesa más que el genético", señala Cristóbal Morales, experto en enfermedades metabólicas.

En 2012, Pilar estuvo a punto de ser operada tras una aparición en televisión, pero el miedo la llevó a rechazar la intervención tras ser advertida de los riesgos. Desde entonces, su salud ha empeorado y su situación económica se ha vuelto insostenible. Su casa apenas cuenta con alimentos, y muchas veces su familia depende de la generosidad de parientes para comer.

Mientras tanto, en su salón sin decoración, con una bombilla colgando del techo y una Biblia abierta para ahuyentar los malos espíritus, Pilar sigue esperando. Su hija, Rebeca, le canta himnos religiosos mientras ella toca las palmas. “Dios nunca nos abandona”, murmura Pilar. Pero la realidad le demuestra lo contrario.