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“Solo esperó una llamada”: La madre de Diego esperó 41 años a su hijo (Video)

Nada cambió. Todo quedó en pausa, como si el tiempo mismo hubiera entrado en duelo. 

10/08/2025 12:08

“Solo esperó una llamada”: La madre de Diego esperó 41 años a su hijo (Video). Foto: Captura de pantalla
Argentina

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“Nunca cambió el número del teléfono fijo. Todos estos años esperó una sola llamada: ‘Soy Diego, voy a volver’”, la madre del adolescente desaparecido hace 41 años sentía que su hijo podía regresar en cualquier momento.

La historia de Diego Fernández no es solo la de un crimen. Es la historia de una espera. La de una madre que jamás perdió la esperanza. La de un hogar donde el tiempo se detuvo en 1984. Donde las fotos, los muebles, incluso el aroma, siguen igual que aquel día en que Diego salió comiendo una mandarina y nunca volvió.

Fue uno de sus sobrinos de Diego, ya adulto, quien despertó la duda. Al ver recortes en redes sociales sobre restos humanos encontrados en una obra, preguntó: “¿Y si es Diego?” Esa frase encendió lo que la justicia había apagado hace décadas.

El caso, archivado como "fuga de hogar", fue revisado. Se hicieron pruebas de ADN entre los restos y su madre. El resultado confirmó lo impensable: eran los huesos de Diego Fernández.

Javier, el hermano de Diego, fue quien puso en palabras el peso de los años: “El teléfono de línea sigue siendo el mismo. Mi mamá nunca lo quiso cambiar... por si llamaba Diego”.

El mismo balcón desde donde lo vio irse es el lugar al que se asomaba cada mañana, esperando verlo volver. La habitación de Diego sigue intacta. Sus cosas están donde las dejó. Las fotos escolares, los juguetes, los cuadernos. Nada cambió. Todo quedó en pausa, como si el tiempo mismo hubiera entrado en duelo.

 

Una madre de 87 años, una esperanza viva hasta el final

Hoy, con 87 años, la madre de Diego finalmente supo la verdad. Supo que su hijo no se fue por su cuenta. Supo que lo mataron. “Ahora por lo menos sabemos dónde está. Vamos a poder despedirlo como se merece”, dijo Javier con la voz quebrada.

La noticia, aunque devastadora, trajo un mínimo consuelo. “Un poquito de paz”, repitió él, con el dolor de toda una vida a cuestas.

Mientras ella esperaba, el padre de Diego buscaba. Anotaba cada pista en una libreta. Recorrió barrios, golpeó puertas, habló con todos los que pudo. Nunca paró. Hasta que un día, murió atropellado mientras andaba en bicicleta, con esa libreta en el bolsillo. Allí estaban los nombres, las direcciones... excepto uno: la casa del sospechoso.

 

El horror oculto durante décadas

Christian Graf, hoy principal acusado, era compañero de colegio de Diego, aunque no de curso. Nadie lo sospechó entonces. Hoy, todo lo señala. En su casa, donde años atrás pidió cemento a los albañiles por unas “reparaciones”, aparecieron restos humanos.

Intentó desviar la investigación diciendo que la tierra había sido traída por camiones hace años. Pero un amigo del colegio, al ver el lugar, lo reconoció de inmediato: “Esa es la casa de Graf”.

 

Huesos que hablaron

Los forenses encontraron cortes con filo en las costillas y en las articulaciones. Lesiones compatibles con un ataque letal y un intento de desmembramiento. Diego fue asesinado con un cuchillo y enterrado de forma apresurada.

El fiscal aún no imputó formalmente a Graf, pero todas las pistas lo señalan. La defensa intentará decir que el crimen prescribió. Pero, ¿Cómo se le explica eso a una madre que esperó 41 años sin saber que su hijo estaba enterrado a pocos metros del colegio al que iba?

La imagen de Diego en un portarretrato sigue en el mismo lugar desde 1984. Su madre la ve todos los días. Para ella, ese rostro nunca creció, nunca cambió. Porque para ella, Diego nunca dejó de existir.

Este no es solo un caso policial. Es la historia de una madre que esperó toda su vida una llamada que nunca llegó. Y de un hijo que, por fin, vuelve a casa.

 

 

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