Una familia de lobos lo adoptó, protegió y alimentó durante 11 años.
29/01/2019 0:20
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Marcos Rodríguez Pantoja, es un hombre de 72 años, que tiene una insólita y aleccionadora historia de niño. Nació en un pueblo de Córdoba, a los siete años, perdió a su madre y fue maltratado por una madrastra, que lo castigaba y golpeaba con brutalidad. También lo obligaba a dormir a la intemperie, atado por cadenas.
El niño fue vendido por su padre a un terrateniente, que se lo entregó a un cabrero de Sierra Morena quien necesitaba del menor como su ayudante. Vivió con él durante un año en una cueva en el monte hasta que murió, dejándolo solo. Marcos se sintió totalmente desamparado porque fue tratado por el pastor con una humanidad que jamás había experimentado.
A consecuencia de ello, Marcos estuvo sin rumbo por el bosque hasta que un día quedó dormido junto a unos lobeznos con los que estaba jugando. Al despertar, se encontró con una loba que repartió la carne de un ciervo entre sus criaturas. La loba no sólo no lo atacó, como él temía, sino que acercó con su pata un trozo de la comida que llevaba en la boca. Luego le lamió la sangre de la cara y repentinamente fue acariciado.
Adoptado por esta familia de lobos, se convirtió en un miembro más de la manada, con la que cazaba y convivía. Desarrolló una especial relación de fraternidad con un hijo de la loba. En alguna ocasión, le salvó la vida. Marcos, que vestía con pieles de animales, cuenta cómo sus compañeros le enseñaron a distinguir entre lo que se podía comer y lo que era tóxico. Aprendió su lenguaje y sus hábitos y aullaba para comunicarse con ellos.
Nunca tuvo a lo largo de más de una década ningún contacto con el ser humano hasta que fue encontrado en 1965, cuando tenía 19 años, por la Guardia Civil, que lo trasladó a Fuencaliente (Ciudad Real). Se comportaba y mordía como un lobo y era incapaz de hablar. Su padre le reprochó que hubiera perdido la chaqueta y se negó a acogerle. Marcos fue entregado a un centro público de Madrid, donde las monjas y un sacerdote le enseñaron a vestir, a comer con cuchillo y tenedor y a andar erguido.
Luego emigró a Mallorca para trabajar hasta que fue llamado a filas por el Ejército. Se ganaba la vida como pastor, camarero y otros oficios. Pero como carecía de malicia y desconocía los códigos sociales, fue víctima de burlas y estafado en varias ocasiones.
Volvió durante una etapa a vivir en el monte hasta que fue acogido en Rante, un pueblo de Orense, por un policía jubilado llamado Manuel Barandela, al que Marcos llamaba "jefe" y que le protegió hasta que falleció.
La historia de Marcos ha sido investigada por antropólogos y su experiencia ha sido relatada en documentales en los que siempre habla del noble comportamiento de los lobos, de su sentido de la solidaridad y de lo mucho que le enseñaron.
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