A pocos días del día de la madre, conocemos la historia de dos madres, que a pesar de tener todo en contra han demostrado que lo más importante en su vida son sus hijos.
23/05/2025 9:35
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En medio de la rutina acelerada de la vida, existen historias que nos obligan a detenernos, a mirar con el corazón y a comprender que el amor de madre no conoce límites. Son relatos de lucha, sacrificio y una ternura sin medida.
Como los de Doña Nora Benítez y Doña Celestina Rodríguez, dos mujeres valientes que, a pesar de las adversidades, han hecho de la discapacidad de sus hijos una razón para levantarse cada día con fuerza renovada.
Nora Benítez: Una vida dedicada a Miguel
Doña Nora tiene 82 años. Es una maestra jubilada y madre de Miguel, un hombre de 45 años con síndrome de Down. En sus ojos hay una mezcla de ternura y cansancio, pero, sobre todo, determinación. La misma que la ha acompañado desde aquel día en que, con apenas unas horas de nacido, un médico le dijo sin rodeos: “Sensiblemente, su hijo es mongólico. No hagan nada, porque no vivirá mucho tiempo”.
Pero Doña Nora no aceptó ese destino. “Yo lo traté como a cualquier niño. Me dijeron que, si quería que sea independiente, no debía sobreprotegerlo, y así lo hice”. Hoy, Miguel sigue siendo su razón de vivir, su compañero inseparable. Pero también su mayor preocupación.
“Somos solo los dos. Mi miedo más grande es qué pasará con él cuando yo no esté. Hay familia, sí, pero no es lo mismo si no conviven con uno. ¿Quién lo cuidará como yo?”, confiesa con la voz entrecortada.
Celestina Rodríguez y Saí: De la adversidad al emprendimiento
A sus 58 años, Doña Celestina ha aprendido a construir esperanza donde antes hubo incertidumbre. Su hijo menor, Saí, de 21 años, tiene discapacidad intelectual. Su llegada al mundo fue complicada y marcada por momentos de angustia. “Se moría en mis brazos. Se ponía morado, como muerto”, recuerda.
La historia de Saí cambió cuando ambos llegaron a la Fundación Escuela de Integración, Formación Deportiva, Expresión Artística y Desarrollo Laboral (EIFODEC). Allí, encontraron algo más que formación, hallaron oportunidades.
Hoy, madre e hijo dirigen su propio emprendimiento de venta de pollo a la broaster. Gracias al apoyo de EIFODEC, lograron abrir su pequeña pensión, donde la sazón y el amor son ingredientes que conquistan a los comensales, incluso a quienes vienen desde lejos solo para probar sus platos.
“Un señor del Trópico vino hasta aquí solo por nuestro pollo. Eso me hizo sentir que todo ha valido la pena”, cuenta Celestina con orgullo.
Estas son solo dos historias, pero reflejan a muchas más madres que, con manos callosas y corazones gigantes, desafían al sistema, al olvido y al tiempo. Mujeres que no se rinden, que renuncian a sí mismas por el bienestar de sus hijos.
En los pasillos de la Fundación EIFODEC no solo se forjan habilidades, también se construyen sueños. Y detrás de cada uno, hay una madre como Nora o Celestina, que lucha, que cae y se levanta, porque para ellas, rendirse nunca fue una opción.
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