Es la encefalitis letárgica que fue popularizada por la película “Despertares”. Se trató de la primera pandemia psiquiátrica de la historia que habría afectado a un millón de personas entre 1917 y 1933 y sus efectos se prolongaron durante décadas. Ahora, historiadores de la medicina, neurólogos y psiquiatras proponen volver a examinarla a la luz del nuevo coronavirus
12/04/2021 10:40
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A la sombra de la pandemia de influenza de 1918-1919, que afectó a un tercio de la población del planeta y mató a 50 millones de personas, se desarrolló otra pandemia devastadora: la encefalitis letárgica, que habría matado a un millón de personas entre 1917 y comienzos de la década de 1930. Nunca se supo la causa, que todavía hoy sigue siendo un misterio. Los sobrevivientes podían quedar aletargados, temblando, rígidos y desvariados a lo largo de décadas.
Alrededor de un siglo después, un puñado de historiadores de la medicina, neurólogos y psiquiatras proponen revisitar esa pandemia olvidada y extraer lecciones que podrían aplicarse al diagnóstico y tratamiento de eventuales secuelas de COVID-19 sobre la salud mental.
“La historia de la encefalitis letárgica nos alerta de que hay ciertos síntomas que habría que buscar en pacientes recuperados de COVID-19 y que de otra forma pasarían inadvertidos. Si no buscas algo, no lo vas a ver”, dice a Infobae Edward Shorter, profesor de historia de la medicina y de psiquiatría en la Universidad de Toronto, Canadá.
El neurólogo y escritor Oliver Sacks atendió a fines de la década de 1960 a pacientes con secuelas de la encefalitis letárgica. “No era sólo una inmovilidad física, sino también una inmovilidad mental. Esa suerte de congelamiento de la percepción y de la conciencia probablemente no ocurre de esa manera en ninguna otra enfermedad y es muy difícil de imaginar”, recordó en un artículo que publicó en 2010. En 1973, Sacks publicó su experiencia en el libro Despertares, llevado al cine en 1990, “con el talento literario para crear una historia dramática”, opina Shorter.
Los niños afectados tampoco lo pasaban mejor, aunque, en ese caso, la principal consecuencia eran los cambios de conducta. Los pacientes “esconden detrás de un brillante intelecto la cicatriz de una transformación de carácter producida por una lesión cerebral”, escribió el psiquiatra estadounidense Earl Bond en 1926. Niños y adolescentes, que antes de la encefalitis eran el orgullo de sus padres y maestros, se convertían en rapaces que robaban, golpeaban, violaban y hasta se automutilaban. Uno de ellos se sacó los ojos. Era común que terminaran en reformatorios. Otras veces, su carrera terminaba cuando aparecía el parkinsonismo.
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