Eleanor y Lyle Gittens, de 109 y 108 años, fueron reconocidos como el matrimonio más longevo del mundo. Tras más de ocho décadas juntos, cuentan cómo sobrevivieron a la guerra, al tiempo y a todo: “Nos amamos”.
09/11/2025 8:46
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En un mundo donde las historias de amor suelen ser poco duraderas, Eleanor Gittens (109) y Lyle Gittens (108) desafían todas las estadísticas. La pareja, que reside en Miami, Florida, fue reconocida como el matrimonio más longevo del mundo, con una edad combinada de 216 años y 132 días, un récord histórico.
Su historia comenzó en 1941, cuando ambos estudiaban en la Universidad Clark Atlanta. Lyle era una figura destacada del equipo de básquetbol y candidato al Salón de la Fama de la institución cuando vio por primera vez a Eleanor durante un partido contra Morehouse College.
El 4 de junio de 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, decidieron casarse. Lyle, en entrenamiento militar en Fort Benning (Georgia), recibió un pase de tres días para viajar en tren hasta Bradenton (Florida), el pueblo natal de Eleanor. El trayecto no fue sencillo: debió viajar en un vagón segregado. La boda fue breve pero intensa; Eleanor confesó después que temía no volver a verlo.
La guerra los separó. Lyle fue enviado a Italia con la 92.ª División de Infantería del Ejército, mientras Eleanor, embarazada de su primer hijo, se mudó a Nueva York. Allí conoció a la familia de Lyle y trabajó en una empresa que fabricaba piezas de aviones para el esfuerzo bélico. Durante ese tiempo, su única comunicación eran cartas, muchas veces censuradas con tinta roja por el correo militar, con más palabras tachadas que visibles, recuerda Eleanor.
Cuando la guerra terminó, pudieron reunirse y formar su hogar en Nueva York. A su hijo Lyle Rogers se sumaron las hijas Angela e Ignae. Aunque el regreso a la vida civil fue difícil, ambos aprobaron el examen de servicio civil y consiguieron empleo en el gobierno. Se dedicaron a capacitar a otras personas para que encontraran trabajo, una tarea que, dicen, les dio una enorme satisfacción.
Durante las décadas de 1950 y 1960, las jornadas laborales eran largas y exigentes, pero los Gittens crearon una tradición que los acompañó toda la vida: al volver a casa, Lyle preparaba dos martinis y juntos celebraban los logros del día. Hoy, esa costumbre se transformó en una cerveza compartida durante el almuerzo.
Eleanor nunca dejó de aprender. A los 69 años, obtuvo su doctorado en Educación Urbana en la Universidad de Fordham. La pareja participó activamente en la Asociación de Exalumnos de Clark Atlanta y viajó por el mundo, con la isla de Guadalupe como destino favorito.
Después de casi 80 años en Nueva York, se mudaron a Miami para estar cerca de su hija Angela. Lyle, que creció en la Gran Manzana, admite que la extraña: “Si no vivís en Nueva York, estás acampando”, bromea.
Hoy, Eleanor disfruta mirando los cruceros que entran y salen del puerto de Miami, mientras Lyle, a sus 108 años, sigue curioso y maneja su smartphone con destreza. “Incluso a mi edad, todavía se puede adquirir conocimiento”, asegura.
Cuando les preguntaron el secreto de sus 83 años de matrimonio, Eleanor fue directa: “Nos amamos”.
Lyle, sin dudar, respondió: “Amo a mi esposa”.
Para quienes los conocen, su relación siempre pareció natural y sin esfuerzo. En una reciente sesión de fotos, se tomaron de la mano y se miraron con complicidad, como si ocho décadas juntos fueran apenas el comienzo.
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