Esta es la historia de un amor inquebrantable en las calles de Mendoza.
01/07/2025 13:33
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Durante años, Juan Carlos Leiva eligió el rincón más discreto de la calle Perú, en pleno microcentro mendocino, para dormir. No tenía casa, pero sí una certeza inamovible: no se iba a separar de su perro, Sultán. Bajo un alero que apenas lo protegía del viento, vivía cada día abrazado a la lealtad de su compañero de cuatro patas. Ni los refugios, ni la asistencia social, ni siquiera su salud pudieron torcer esa decisión. El 4 de junio, tras una larga agonía, Juan murió internado. Pero antes, dejó una promesa sellada con el alma, que alguien cuidaría de su perro.
Esa promesa la tomó María del Carmen Navarro, una vecina que trabaja como personal de limpieza en el edificio frente al cual Juan solía dormir. Ella fue quien lo asistió en sus últimos días, quien le llevó agua, abrigo, palabras y, finalmente, la tranquilidad que necesitaba para aceptar ser internado.
“Yo le decía que fuera al hospital, que yo me quedaba con el perro, pero no quería dejarlo solo. Me decía balbuceando que cómo iba a hacer para buscarlo después. Él lo único que quería era cuidar al perro”, recordó María, aún conmovida.
El 26 de mayo, María notó que algo andaba muy mal. “Estaba agitado, no respiraba bien, tenía los ojos llenos de lagañas, no podía sentarse solo”, contó. Juan padecía EPOC, neumonía y problemas cardíacos. Lo convenció de ir al hospital solo cuando le juró que cuidaría a Sultán como a su propia familia. Fue trasladado al hospital Scaravelli, en Tunuyán. Allí murió solo, sin poder despedirse de su hijo —también en situación de calle—, ni de su compañero fiel.
Desde el Gobierno provincial explicaron que Juan había rechazado las opciones de albergue. Pero María asegura que lo hizo porque no podía llevar con él a Sultán. “No lo dejaban entrar con el perro y cuando lo hicieron, lo golpearon. A veces venía con moretones”, denunció.
Después de su muerte, Sultán pasó unos días con María. “Le armé una casita, le llevé el colchón sucio de Juan para que no lo extrañara”, relató. Pero como ya tenía otros animales rescatados, decidió buscarle un hogar definitivo. La hija de los dueños de un kiosco cercano, que conocía a Juan y a su perro, no dudó en adoptarlo.
“Ahora duerme calentito, con un abrigo azul, en un sillón de su nueva casa. Le dije a Juan que estaba cumpliendo mi promesa: que Sultán tuviera un buen hogar”, aseguró María.
Juan no tenía techo, ni dinero, ni certezas. Pero tuvo algo que muchos pierden en el camino, la lealtad absoluta, el amor sin condiciones. Dio la vida por su perro. “No tenía nada, pero tenía un amigo. Y tenía valores”, concluyó María, con lágrimas en los ojos.
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