A más de 30 años del desastre nuclear que ocurrió allá, el nombre de Chernobyl todavía inspira terror.
03/06/2019 16:20
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A más de 30 años del desastre nuclear que ocurrió allá, el nombre de Chernobyl todavía inspira terror. Cuando una explosión rompió el Reactor 4 de la planta de energía de Chernobyl, el 26 de abril de 1986, ocurrió el peor accidente nuclear de la historia.
Se liberaron a la atmósfera nubes de partículas altamente radiactivas durante un ensayo de rutina de interrupción de operaciones en la planta situada al norte de Kiev, en lo que era la Unión Soviética y ahora es Ucrania.
Hoy, la cantidad de turistas que buscan entrar a la Zona de Exclusión de Chernobyl, una zona de tierra contaminada de unos 30 kilómetros de radio que rodea a la planta de energía, da trabajo a varias empresas turísticas. Incluso hay hoteles dentro de la Zona de Exclusión.
Las visitas se regulan por medio de revisiones de seguridad y excursiones estrictamente guiadas. Los visitantes viajan en autobús al lugar, que está a unas dos horas al norte de la capital de Ucrania, Kiev.
Una vez allí, firman una franquicia de responsabilidad en la que se les advierte que no deben tocar ningún objeto ni la vegetación, ni siquiera deben sentarse en el suelo. La salida del sitio también está muy regulada. Se usan escáneres corporales para revisar los niveles de radiación. Si suena la alarma del aparato, los guardias limpian el polvo radiactivo del individuo antes de permitirle que se vaya.
La recompensa es el acceso a una ciudad congelada en el tiempo. La ciudad desierta de Pripyat, que se evacuó después del accidente, es una instantánea de Europa del Este antes de la caída de la Cortina de Hierro.
La atmósfera postapocalíptica de la zona ejerce una atracción poderosa. Los botes oxidados escoran en el río Pripyat. Una rueda de la fortuna yace inmóvil en medio de los árboles que reclaman el espacio sin tregua. Hay restos de la vida en la antigua URSS por todas partes: libros de texto para niños, carteles de propaganda soviética.
El accidente de Chernobyl se clasificó como nivel 7, el más alto en la Escala Internacional de Sucesos Nucleares. La gravedad del costo ambiental y humano generalizado solo se ha equiparado con el desastre de Fukushima, Japón, en 2011.
El recuerdo de las víctimas sigue vivo, aunque se discute la cantidad exacta. Los registros oficiales indican que hubo menos de 50 muertos; muchos eran bomberos a los que enviaron a luchar contra las llamas en la planta de energía. Sin embargo, en Ucrania, así como en Bielorrusia y algunas partes de Rusia, se atribuyen al accidente los defectos congénitos y el cáncer de tiroides, que afectó a más de 1,800 casos de cáncer de tiroides en niños.
Se cree que la estigmatización de la población local y la reubicación de comunidades es la causa de la depresión y algunos problemas sociales.
No obstante, los visitantes esperan encontrarse con una tierra desierta, calcinada y deshabitada, pero se sorprenden cuando entran a la Zona de Exclusión. Los trabajadores de la planta siguen viajando hacia esa zona.
La iglesia de San Elías es un sitio de adoración de color turquesa y blanco que sigue recibiendo a los feligreses. Unas 200 personas aún viven dentro de la Zona de Exclusión a pesar de que el gobierno les ha ordenado que se vayan.
Un pueblo fantasma, una ‘instantánea difusa’ de la vieja URSS. Los serenos prados que hay en la zona no indican nada fuera de lo común. Sin embargo, los guías de turistas pasan contadores Geiger sobre los escombros oxidados que yacen sobre el pasto. La radiación residual en los alrededores de la Zona de Exclusión puede ser hasta 10 veces mayor que los niveles normales.
La vegetación crece lentamente y es particularmente propensa a absorber las partículas radiactivas, así que muestra niveles aún más altos. La parte más intrigante de la Zona de Exclusión es el pueblo fantasma de Pripyat. La ciudad se fundó a dos kilómetros de la planta en 1970 y pronto llegó a tener casi 50.000 habitantes, pero los evacuaron a todos después del desastre.
Pripyat ahora está abandonada e invadida por la maleza, pero sigue pareciendo una instantánea difusa de la típica ciudad soviética que fue alguna vez. Los visitantes pisan trozos de vidrio y sortean los arbustos que brotan de los rincones de los edificios de departamentos. Hay libros de texto esparcidos por los salones vacíos y una alberca rota yace vacía entre vigas de madera que se pudren. Por todas partes hay restos de la antigua URSS.
Hay coloridos murales soviéticos de danza; hay docenas de máscaras antigás para niños tiradas por doquier, recordatorio de una época en la que el temor a un ataque enrarecía el aire. “La preservación de los artefactos comunistas y el ambiente es lo que fascina tanto a la gente, así como la historia triste que hay detrás”, dice Dominik Orfanus, exguía de turistas de la zona de lluvia radiactiva y hoy director ejecutivo de CHERNOBYLwel.com, empresa que organiza excursiones a Chernobyl desde 2008.
Es tal el atractivo que Chernobyl tiene para los fotógrafos que en 2012 se creó una excursión especial para satisfacer la demanda. “El paisaje que no ha sido tocado, la maleza, el contraste entre el pasado y la actualidad hacen que Chernobyl sea realmente interesante para los fotógrafos”, dice Orfanus.
El parque de diversiones de Pripyat es la zona más fotografiada. Se tenía planeado inaugurar el parque oficialmente el 1 de mayo de 1986, pero evacuaron la ciudad unos días antes. Los carritos chocones, cuya pintura amarilla se agrieta, están inmóviles sobre el concreto fracturado. La rueda de la fortuna oxidada se ha vuelto casi icónica, la misma que casi no se usó y se ha vuelto el símbolo de una ciudad que solía ser bulliciosa y que quedó en silencio por el desastre.
Aunque les dijeron que la evacuación era temporal, los habitantes de Pripyat nunca regresaron.
Muchos de los turistas que visitan los tranquilos prados de Chernobyl buscan un destello de significado. Sin embargo, las estadísticas relativas a Chernobyl son objeto de discusiones acaloradas y aún se miden los efectos a largo plazo del incidente, así que es difícil encontrar respuestas.
Esta ambivalencia ciertamente seguirá cautivando a los visitantes de Chernobyl.
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