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El bicentenario

14/08/2025 18:20

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Ramón Carnero lo supo en el instante que escuchó los petardos del bicentenario. El estruendo, que despertó a medio pueblo, le trajo también un insomnio no deseado que le recordó que noche antes había rememorado el nombre, oficio y relevancia, de la primera matriarca de su familia. 

Convencido de que deambulaba por las brumas de la muerte, vino a su mente el viejo palacete que en su momento ensalzó el oficio de su trastarabuela. La vieja casona, enclaustrada en el barrio de los virreyes, lo mismo inspiraba vergüenza como esperanza. Ubicada en el corazón mismo de la ciudad antigua, esta obra maciza destilaba por aquel entonces una fragancia mezcla de aristócrata extasiado y peón en regocijo.  Fue precisamente este olor, el que allá por 1825 embriagó al prócer ignoto que, tras embeberse de los desórdenes del amor, embarazó a su trastarabuela a la sombra de unas añejas columnas. Por ese tiempo, Diosmira Benitez era ya una experta tratante del amor. Cuarentona, como era, tenía unas caderas amplias y benevolentes que eran más una máquina del amor, que un conjunto orgánico de huesos y músculos.

Por aquel entonces nadie imaginaba que ese país iba a cumplir dos centenas de años, pero Diosmira Benitez, que antes de ser la amante de todos y la mujer de ninguno, era una bella gitana que solía ir y venir por la ruta del libertador, lo supo predecir con certeza y alevosía:

 - El año del bicentenario estaremos jodidos. 

La antecesora de Ramón Carnero tenía razón, porque a 200 años de esa premonición, Bolivia sobrevivía sin dólares, con filas para la gasolina, sin diésel, con los precios en las nubes y gobernado por gente de mala fama.

Lo que Diosmira Benitez no adivinó, fue que aquel año sería un año electoral, y los candidatos pugnarían por verse amplios de mente y estrechos de mala intención, aunque cualquiera notaba, con claridad meridiana, que todos pugnaban por sus propios intereses. Sin embargo, era evidente que, la mayoría del país quería salir de la pesadilla socialista con la que Evo Morales había engañado al país por casi 20 años.

Los cohetes, que aquella jornada explotaban en aquel suelo maltratado, reflejaban la esperanza de un cambio y fueron los que volvieron a Ramón Carnero a la simplicidad de la realidad: tras dos décadas de un gobierno de izquierda, la población esperaba volver a la derecha.

-Es más de lo mismo - atinó a decir sutilmente Ramón Carnero.

Tenía razón, porque el más reciente descendiente de Diosmira Benitez, sabía que hoy vivíamos con las mismas taras de hace 200 años: dando poder a los que menos lo merecen y permitiendo que nos planten nabos en la espalda.

Ese era el ciclo interminable de América Latina, aquel que nos heredaron los hispanos que nos conquistaron en 1492, pero que recién se reflejó en un cuadro en 1823, cuando un pintor que respondía a la gracia de Francisco José de Goya y Lucientes​ se animó a retratar el Duelo a garrotazos entre dos ciudadanos hermanos que se hunden en el barro. Así estaba Bolivia en su bicentenario, con poco que festejar y con mucho de qué arrepentirse, pero con esperanza.

 

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