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¿Palabras bolivianas enviadas a la RAE con errores?

07/10/2025 16:05

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La lengua española es un organismo vivo que se transforma al ritmo de sus hablantes. En esa dinámica, Bolivia tiene mucho que aportar porque nuestro país posee un caudal inmenso de vocablos propios, fruto de la convivencia entre el español y las lenguas originarias. Sin embargo, cuando se trata de incorporar esas voces al Diccionario de la lengua española (DLE), la emoción no puede imponerse sobre el rigor lingüístico.

Hace poco, la Academia Boliviana de la Lengua envió a la Real Academia Española (RAE) una lista de alrededor de cien palabras bolivianas para su posible incorporación. La iniciativa es valiosa porque busca visibilizar nuestro modo de hablar en el espacio oficial del idioma, pero la forma en que se elaboró la propuesta deja ver ciertos descuidos que conviene revisar si realmente queremos que nuestras voces sean aceptadas.

Aunque la RAE no publica un manual de requisitos, la práctica muestra algunas pautas claras. Las voces extranjeras suelen ajustarse al sistema ortográfico del español, como ocurrió con Qatar, cuya adaptación convencional es Catar, o con WhatsApp, que se convirtió en wasap o guasap. También es habitual que el ingreso al diccionario se dé de manera gradual, primero se registra la forma sustantiva y después la verbal derivada, como en el caso de museo y musealizar. A la hora de proponer verbos, por lo general estos deben presentarse en su forma primitiva y no en la pronominal, de modo que se prefiere embrutecer antes que embrutecerse. Además, cuando una palabra proviene de una lengua originaria, su grafía debería reflejar ese origen de la manera más fiel posible, como sucede con cancha, adaptada del quechua kancha.

En la propuesta enviada por Bolivia aparecen ejemplos que llaman la atención y que bien pudieron debatirse más entre los lingüistas a cargo de recoger estas voces. Uno de ellos es la palabra chacharse, remitida en forma pronominal, cuando lo adecuado hubiera sido proponer chachar en infinitivo. Otro caso es el de cocachear, que se sugirió sin que el sustantivo cocacho figure previamente en el diccionario, lo que rompe la lógica de derivación. También está la palabra huasquear, escrita con “h”, a pesar de que proviene del quechua waska, lo que genera una inconsistencia etimológica. A esto se suma el caso de chonono, vocablo que se propuso con tres significaciones distintas, pero que a propósito dejó de lado una acepción importante: la que designa a la Crotalus durissus, serpiente venenosa que habita en América del Sur.

Aunque la lista completa no ha sido liberada públicamente a medios ni a especialistas en lengua locales, la pequeña muestra deja entrever que se pudo haber realizado un trabajo más minucioso. Estos ejemplos no invalidan la totalidad de la lista, pero muestran la importancia de aplicar los criterios con cuidado. Cada palabra que logra entrar al DLE obtiene visibilidad y reconocimiento más allá de nuestras fronteras. No se trata únicamente de un asunto académico, es un acto de identidad cultural. Sin embargo, para que nuestras voces sean aceptadas deben ajustarse a las reglas del juego, de lo contrario, corremos el riesgo de que propuestas valiosas sean descartadas, no por falta de legitimidad, sino por falta de precisión lingüística.

El caso de wasap nos recuerda que incluso palabras globales tuvieron que esperar y adaptarse antes de entrar al diccionario. ¿Por qué habría de ser distinto con nuestros bolivianismos? La lista de cien términos enviada a la RAE abre un debate necesario sobre qué voces representan mejor nuestra manera de hablar y cómo documentarlas para que sean aceptadas. Es hora de que lingüistas, academias y hablantes trabajemos juntos. No se trata de renunciar a la creatividad popular, sino de traducirla al formato que el diccionario exige.

El español de Bolivia tiene mucho que aportar al universo hispánico. Pero si queremos que el mundo conozca nuestras palabras, necesitamos acompañar la pasión con rigor. Solo así lograremos que términos como chachar, cocacho o guasca no se queden en la oralidad, sino que alcancen el reconocimiento que merecen en el gran libro de nuestra lengua común.

 

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