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Hoy no te creo. Síndrome del impostor

21/07/2025 18:49

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Cuando decidimos hacer esta columna, en la que esta tejedora de letras saldría a escena sin máscaras, sin personajes que la resguarden, una duda se instaló en el pecho como un silencio incómodo en medio del acto. Pensé -con esa mezcla de pudor y miedo tan conocida- que tal vez lo único que tenía para ofrecer era una puesta en escena vacía, sostenida apenas por palabras bien dichas. Y entonces, como un reflector encendido de golpe, apareció esa voz familiar que, desde la butaca más oscura, susurra: “¿Estás segura de lo que vas a escribir?”.

Otra vez me encontraba cara a cara con mi enemigo más silencioso, insistente y demoledor: el imperioso síndrome del impostor.

Para quienes no estén tan familiarizados, se trata de esa sensación de no merecer lo que uno ha conseguido. No creer que tus logros son fruto de tu talento o esfuerzo, sino apenas un golpe de suerte, un error administrativo del destino. Y si lo llevamos más allá, es también dudar que merecés siquiera las cosas buenas que te pasan.

Leí por ahí que más del 70% de las personas en el mundo han sentido esto alguna vez. Me alivia no estar tan sola. Pero más allá de los datos, esta vez quise comprobarlo en carne viva.  No con encuestas ni con charlas de café, sino en ese laboratorio invisible donde uno se enfrenta a su sombra y le toma el pulso con los dedos manchados de tinta.

Ahí estaba yo, frente al computador, pensando qué rayos hago aquí. Con esa sensación de estar en un lugar que no me pertenece, como si cada palabra que escribo fuera una usurpación elegante, un acto de impostura delicada, envuelta en sintaxis prolija y metáforas bien peinadas. Como si alguien, un alguien siempre ajeno, siempre más legítimo que yo, tuviera el poder de aparecer en cualquier momento y decirme: “Señorita, devuélvase por donde vino, esto no le corresponde”.

Es un delirio, claro. Pero un delirio con voz y cara.

Pero escribir, al final, es un acto de fe de quien no está del todo segura pero igual se sienta, igual tipea, igual lanza la palabra como un anzuelo a ver si algo muerde del otro lado.
Y cuando muerde, cuando alguien dice “yo también”, cuando una lectura devuelve algo más que cortesía: devuelve espejo, devuelve eco, entonces el impostor se encoge. Se retira a su butaca oscura, refunfuñando, porque hoy tampoco logró detener la función.

Y entiendo que se trata de eso, de no esperar la bendición definitiva, porque a veces no llega. A veces solo hay que seguir escribiendo desde el temblor, hacerle un nudo al miedo, convertirlo en florero, en lámpara, en imagen que se queda. Porque, al fin y al cabo, uno también es un poco eso: alguien que duda, pero escribe igual.

Y si escribir no es también una forma de salvarse, que alguien me explique entonces por qué, cada vez que lo hago, siento que el mundo, al menos el mío, se ordena un poquito más.

¿Y cómo seguir adelante cuando el impostor quiere paralizarnos?

Aquí algunas ideas que me ayudan a mí (y quizás a vos también):

  1. Reconocé la voz, pero no la creas sin cuestionarla. La duda es natural, pero no es la verdad absoluta.
  2. Recordá tus logros concretos, no solo el sentimiento de no merecerlos.
  3. Compartí tus dudas con alguien de confianza; hablarlas las hace menos poderosas.
  4. No esperes sentirte segura para avanzar; la valentía es seguir a pesar del miedo.
  5. Celebrá cada pequeño paso, cada palabra escrita, cada intento.

Porque resistir al síndrome del impostor no es callarlo, sino seguir caminando con él a un lado, sin dejar que nos dirija.

Hoy no te creo, síndrome del impostor.

Hoy no.



Si te reconocés en estas dudas y silencios, te invito a escuchar INTENSAS, un espacio donde hablamos desde la experiencia femenina, sin filtros ni máscaras, y donde también abordamos el síndrome del impostor con la honestidad que merece.

 

https://www.tiktok.com/@intensasbo/video/7493264249079254277

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